OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

ALEMANIA EN LA SOCIEDAD
DE LAS NACIONES*

 

En 1919, la entrada de Alemania en la Sociedad de las Naciones, habría reforzado considerablemente a este organismo. En 1926 lo refuerza muchísimo menos. Los empresarios de la Sociedad de las Naciones han hecho un pésimo negocio negando a Alemania en 1919 el derecho que, siete años más tarde, se encuentran obligados a reconocerle y casi a ofrecerle. 

El ingreso de Alemania en 1919 hubiese po­dido aprovechar a la realización de una política de pacifismo democrático y de internacionalis­mo wilsoniano. El Imperio alemán acababa de divorciarse de la monarquía para desposar la de­mocracia. En la presidencia del Reich el sufragio popular había colocado, democráticamente, a un talabartero. En el gobierno y el parlamento dominaban las fuerzas de la democracia. Por consiguiente, al seno de la Sociedad de las Naciones, Alemania habría podido mandar hombres como Erzberger, como Rathenau, como Wirth, como Müller, capaces de colaborar, con positivo sentimiento democrático, en los trabajos de la Liga. De otra parte, en ese tiempo, la Liga habría dic­tado a Alemania —y no Alemania a la Liga— las condiciones de admisión. 

En siete años, el mundo ha dado muchos vuel­tas. Ha tramontado tempranamente la ecuménica ilusión wilsoniana. La Sociedad de las Nacio­nes ha perdido gran parte de su crédito de la primera hora. Los Estados Unidos le han rehu­sado su concurso. Ha surgido en Europa un ré­gimen político —el régimen fascista— que, fun­dado teórica y prácticamente en la violencia, no disimula su desdén por la Liga y su ideología. El propio Estado alemán se ha transformado. No es ya la república social-democrática de Ebert, Erzberger y Rathenau. A la cabeza de la Repú­blica se encuentra uno de los más cuadrados ge­nerales de la monarquía. Alemania no ingresa a la Liga de las Naciones para trabajar por una reorganización democrática del mundo sino para reclamar su parte en la distribución de colo­nias y materias primas. 

Mussolini que sabe encontrar fórmulas agudas, aunque a veces, como conviene a su prestigio de condottiere, prefiera un lenguaje un poco sibilino, ha definido la Sociedad de las Naciones como "una liga de los Estados viejos contra los Estados nuevos". El dictador italiano considera, por supuesto, entre los Estados nuevos, al Estado fascista. Pero, si se prescinde de esta parte subjetiva de su opinión, no se puede negar que su fórmula define bien la función real de la Liga. A pesar de pertenecer al más extremo caudillo de la reacción, cualquier revolucionario puede suscribirla. Como está constituida, la Sociedad de las Naciones, malgrado su programa y su re­tórica, no representa prácticamente otra cosa que los intereses del orden viejo en pugna con los intereses de un orden nuevo. (Para dar más precisión a la frase de Mussolini basta sustituir la palabra Estado por la palabra orden o ré­gimen). 

El caso de Alemania confirma esta tesis. La Liga se Legó a admitir en su seno a Alemania en un tiempo en que Alemania parecía en tran­ce de devenir un Estado nuevo. (¿Quién puede dudar de que en la cuarentena del Reich no in­fluyó la consideración de su crisis revolucionaria? Entre 1919 y 1923, Alemania se presentaba como un pueblo en peligro de entregarse al bolchevismo). En cambio ahora que, superado el período de ofensiva revolucionaria, Alemania se presenta en un período de estabilización capitalista, que amenaza con culminar en una restauración monárquica, los gobiernos que dirigen la política de la Liga no tienen ningún inconveniente en invitar al gobierno del Reich a tomar asiento a su lado. Desde este punto de vista, la admisión de Alemania no aparece como el resultado de un proceso de democratización de Europa sino, por el contrario, como la consecuencia de un fenómeno de desdemocratización de Alemania. 

Y esto no es el solo caso que denuncia el espíritu esencialmente conservador de la Sociedad de las Naciones. La exclusión de la China del Consejo de la Liga tiene la misma filiación. Se ha dicho, para justificar esta exclusión, que la China, caída en la anarquía, carece de un gobierno estable. Pero la verdadera razón es otra. Lo que molesta y preocupa al capitalismo europeo, en la China, no es su estado de anarquía sino su estado de revolución. La situación política china no era en 1919 más estable que en 1923. Inglaterra no encontraba en la China en 1923 más orden interno sino menos sumisión a su imperialismo que en 1919. Un gobierno chino, por sólido que sea realmente, no lo será nunca para Inglaterra y, por ende, para la Sociedad de las Naciones si, como acontece en la actualidad, predomina en su composición el partido nacionalista revolucionario (Kuo-Min-Tang) de sospechosa actitud frente al bolchevismo ruso. 

La incorporación de Alemania en la Liga es un matrimonio de conveniencia. No es a la Alemania de Weimar a la que las potencias que ganaron la guerra abren las puertas de la Liga. Es más bien, a la Alemania de la restauración. Y esta Alemania impregnada de sentimiento nacio­nalista y conservador, no se moverá dentro de los debates de la Liga sino en la dirección que le señalen los intereses de su expansión indus­trial. La reivindicación fundamental de Alema­nia no deja lugar a equívocos. Es una reivindica­ción de su industria y su comercio que se resuel­ve en un gesto imperialista: la demanda de co­lonias. 

El finado León Bourgeois, uno de los padri­nos y uno de los retores de la Sociedad de las Naciones, tenía fe absoluta en el porvenir de esta fundación wilsoniana porque "la muerte no puede prevalecer sobre la vida". Pero en sus elo­cuentes alegatos, no llegaba a demostrar que en la Sociedad de las Naciones estuviesen la salud y la vida del mundo. Se puede pensar, con el profesor de derecho internacional Georges Scelle, que "la evolución del nacionalismo al internacionalismo es una cosa científicamente tan fatal y tan natural como lo fue en el pasado la formación de los grandes Estados por enci­ma de las feudalidades o como lo son hoy las agrupaciones federalistas". Pero esto no obliga a creer en una Sociedad de las Naciones que se apoya en la ideología demo-burguesa, fundamentalmente nacionalista en sus orígenes y en sus raíces históricas. La idea de la Sociedad de las Naciones intenta resolver el conflicto entre la política nacionalista y la economía internacionalista del orden burgués. Mas pretende resolverlo en servicio de este orden. No puede admitir ni tolerar la idea de su liquidación y de su bancarrota: 

Que la Alemania de Hindenburg y Luther se asocie a esta tentativa no tiene absolutamente ninguna trascendencia histórica.

 


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 27 de Febrero de 1926.